El aljibe parpadea sobre la crisálida del amor.
Hojarasca, paisaje cotidiano.
Deseos de juventud. Viento.
Arcilla sin asomo de niebla.
Tálamo nada sospechoso de anidar serpientes.
Oí cantar un jilguero y no había bosque.
El sueño se esfumó.
Solo llamé a gritos:
¡Efigenia, dónde estás!
Luego, tomé forma de un niño.
Y lloré.
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